
Lectura del día 18 de diciembre de 2014. Colectivo Giner de los Ríos
Cada uno de los poemas de esta selección llevará una cita de Juan Ramón Jiménez como homenaje en este “año Platero”.
Largometraje
Mi corazón recogerá tu rosa,
sobre mis ojos se echará tu brisa
tu luz se dormirá sobre mi frente…
Estaba el niño muerto entre el trigo
y las amapolas vivas.
No hay una madre que pueda contemplar la muerte
y la nieve no cuaja sobre el trigo pertrechado de sol.
Las banderas despedazadas no sirven
para guiar a un pueblo.
Las mujeres han extraviado las miradas
y solo sienten la carne atravesada .
Ráfagas de música de otro tiempo
dejan un sendero de huellas en la nieve.
Las hilachas grises de la costura del tren en los raíles,
el aire caliente sale por las rejillas
levantando las faldas de las chicas
con piernas de nácar o de leche entrecortada
derramada en la encimera.
El páramo está cubierto de jazmines congelados
y fantasmas que se arropan contra el viento
—sombras en la niebla
con trajes negros escapados del tiempo del reloj de sol-
Nadie dejará las sillas vacías
en los salones del invierno
y cerrarán las tapas con el polvo de los libros.
Las camas frías como la sopa que espera
en las mesas después de las cenizas de Pompeya.
El horizonte es solo una línea negra en vertical
donde se juntan todas las miradas.
En la boca
Te conocí, porque al mirar la huella
de tu pie en el sendero,
me dolió el corazón que me pisaste.
Un día en la boca, en la tuya,
bajo un sol pálido de invierno
frente a un mar de mercurio con cuatro orillas.
Un día en la boca viendo pasar
el hueco de las gaviotas sobre las aceras.
Merenderos con mujeres sin sombra
ni caderas, apenas un temblor de las rodillas
y una vaga cadencia que anuncia una guitarra
entre los brazos de un hombre negro
que cierra los ojos y se entrega.
Un día, un sábado en la boca con un café para dos
detrás de los cristales de una ciudad que espera
el llanto de un tango en las esquinas,
la mujer que baila, más que silueta una línea
que se enrosca en el aire
a punto de evaporarse como el humo del café
para dos, tras los cristales.
La colada
Una onda no pasa de la nada,
que no se lleve de tu sombra abierta
la luz mejor. (…)
Un río fluye cuerpo abajo cuando se cierran los ojos
y tiembla la carne de los peces.
El tambor de la lavadora gira:
Las camisas pierden el aroma del sol
con el que muere la tarde
y el color del humo con volutas de palabras.
El detergente de los anuncios
atraviesa las fibras de la piel
que dejamos al caminar sobre las piedras
de calles escondidas en el azul de los letreros,
recuerdos inmunes al viento que se agranda en las esquinas
y se ha revolcado sobre las lápidas
en las que yacía la identidad de los héroes
y removido las ortigas que nacieron
de una lágrima furtiva
atrapada en el dorso de una mano;
la humedad que se confunde
con las gotas gruesas dibujadas en las aceras
cuando comienza la lluvia.
Una mirada avanza
desde detrás de unos cristales
sobre las huellas de alguien que se fue,
a quien las nubes robaron la sombra
proyectada en el asfalto.
Sin afuera.
-¿Por qué te vas?- He sentido
que quiere gritar mi pecho,
y en estos valles callados
voy a gritar y no puedo.
Sin afuera, como la luz de los peces abisales,
los diamantes ignorados,
el sol incandescente.
¿Tiene afuera el universo?
Arrabales en los que la hierba crece en los tejados,
la vida de la sangre en las arterias,
la náusea en el estómago vacío.
Solo dentro.
Ventanas tapiadas con ladrillos torcidos,
la voz que reverbera en la cabeza
a veces pronunciando nuestro nombre.
Sin afuera.
La humedad del mar y en su frontera
nuestros pasos firmes, esculpidos,
hasta que llega la marea.
Aluviones de piedras, algas y conchas
donde juega un niño porque el mar regresa
en retirada constante a su caverna.
Sin afuera.
Siete mil trescientos cincuenta millones,
uno que se asoma en este instante,
uno que se ha ido.
Encerrada entre la piel, entre los muros de mi casa.
La página en la que la tinta se termina.
El cerco indestructible de montañas,
la silueta deformada de la tierra,
la altura de una nube,
la lejanía de una estrella,
la extensión incomprensible que envuelve
a una galaxia.
Sin afuera.
Entre la vida. Entre la muerte.
Arañando cualquier muro hasta la sangre
con las uñas desgastadas hasta el borde.
Espejos
Nuestros rostros, al volverse
a hallar, no dirán lo mismo.
Tu olvido estará en tus ojos,
en mi corazón mi olvido.
La naturaleza de la superficie del mar
es la misma del espejo
en el que el viento exhala el resuello
sobre la piel de una niña tendida en la hierba.
Un chorro de fluido blanco se deshace
en un cielo cobalto ajeno a la extrañeza
y a las hojas acartonadas
que se desgarran en la comisura de la acera.
Las ventanas contemplan a las niñas
con sus ojos empañados por los reflejos
en las entreluces del día,
siluetas escondidas en las sombras
de la hija que murió joven
o la amante sorprendida en el abandono
de una hora suspendida;
o habitaciones sin techo anegadas de un sol
que luego es de mentira.
Ahora ya no hay casa ni blancura,
lluvia azotando la corrocería de un coche
que dejará el lustre del túnel de lavado
y el aroma de los fluidos de los cuerpos
dispersándose en la trama de la tapicería.
Nuevo escenario para la desolación
que sobreviene al abandono,
la mano vacía en el espacio hueco,
una cabellera blanca y una boca entreabierta
anhelante de flores de loto
para olvidar todos los regresos.
Cuenta atrás.
Platero, no sé si con su miedo o con el mío, trota, entra en el arroyo, pisa la luna y la hace pedazos.
No imagino siquiera la amplitud de la memoria
desde el día de hoy hasta el final del tiempo,
el rostro al que miraré de frente
y el ojo que me mirará sin verme,
cuántas veces bajará crecido el torrente
ni cuántas se secará la lágrima
y renacerá el limonero de la puerta.
Los niños se herirán las rodillas en los parques
y puede que alguno anide conmigo,
como los jilgueros en los árboles del jardín
y que algún gato sea por fin de mi regazo
para contar el tiempo en las brasas del invierno.
No imagino las páginas aún por escribir,
las hojas de los eucaliptos aún respirando
profundamente el pulmón del viento,
para recibir con frescura la tinta de lo que aún
ni siquiera se ha pensado.